Santo Domingo, 5.

Los pasos se acercan a la ventana. Se abre de par en par el ventanal en madera. Y queda al descubierto una de las plazas más icónicas de Cartagena.

Desde el balcón se aprecian dos monumentos y estos revelan la identidad de la plazoleta: justo enfrente se encuentra la magnífica Iglesia de Santo Domingo, y solo con bajar la mirada aparece “La gorda Botero” en el paisaje.

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De vuelta al apartamento, mobiliario y estructura histórica se unen para dejar claro que esta es una gema. Con una habitación y 81m2 todos sus espacios son amenamente extensos.

Un azul vibrante acaricia las paredes y absorbe la luz natural que entra por las ventanas. Esa misma luz recorre todo el apartamento.

Incluso sin asomarse al exterior uno ya sabe que se encuentra en una propiedad del centro histórico. Sus techos altos lo dejan entrever.

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La cocina es semi-cerrada. Desde su interior se puede ver hacia la vista del balcón, sin quitarle privacidad al momento de invenciones culinarias.

Esta, como todos los demás espacios del apartamento, fue remodelada. Prácticamente se trata de una gema acabada de esculpir.

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Una puerta alta enmaderada llama la atención. Es aquella que conecta living con habitación. A través de esa puerta la impresión es que se hace una entrada triunfal al área de descanso.

Apenas cruzada, de repente quedamos detenidos en la entrada de la alcoba. Lo natural es hacer un recorrido visual de derecha a izquierda. Como en cámara lenta nos percatamos de lo amplia que es.

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A la izquierda, un segundo balcón. La rutina maravillosa es la de despertar, poner los pies en el baldosín y abrir la ventana, con el sol que apenas comienza a asomarse. Lo primero al levantarse es la iglesia vecina.

Mientras que a la derecha se encuentra el baño. Su funcionalidad la da su doble acceso, tipo baño Jack & Jill, con acceso desde la alcoba y desde la sala.

¿Cuán espacioso es? Lo suficiente como para notarse que es un baño típico de la ciudad amurallada.

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En lo que concierne el edificio, cualquiera desde afuera podría creer que es una más de aquellas edificaciones que sucumbieron ante el turismo cartagenero. Sin embargo, este es uno de los pocos edificios que se conserva 100% residencial.

Sus dueños viven en el edificio durante algunos meses del año. Y cuando se ausentan por largos períodos, tienen la posibilidad de alquilar por meses a inquilinos internacionales dispuestos a pagar por un hogar mensual dentro las murallas.

Las comodidades del edificio son varias, como su piscina, sauna, terraza para tomar el sol y seguridad 24/7.

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