Morros 3, 1
En la antigua Roma ciertamente no eran los plebeyos los que habitaban los primeros pisos de los edificios. Más bien, el primer piso era dominio de los que mejor se posicionaban en la jerarquía social, porque estos sabían apreciar las ventajas de una base firme, paredes robustas y pisos enchapados con dedicación.
Hoy, en medio del frenesí por las alturas, el encanto de un sólido primer piso ha quedado reservado para los ojos detallistas de unos pocos conocedores.
Y es precisamente en la arena de los Morros de Cartagena donde se encuentra incrustada una de esas gemas: un apartamento donde el esplendor de la playa se funde con la vivienda misma, sin necesidad de elevarse hasta el cielo.
Al admirar la propiedad desde el malecón, parecería que la línea divisoria entre la casa y la playa se difuminara, fundiéndose en un todo indivisible.
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Pero su mayor distintivo se revela al rodear el perímetro exterior del apartamento: una impresionante terraza de 74m² que envuelve la vivienda en un acogedor abrazo de 90 grados.
Cada puerta-ventana es un umbral que transporta inmediatamente a un exterior íntimo y exclusivo. Quienes admiran la propiedad desde afuera sólo pueden elucubrar, sumidos en la incertidumbre, hasta que el afortunado dueño decide revelarse.
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Al ingresar, la mirada es atraída de inmediato por la cocina que se abre al espacio principal en una explosión de luz y blancura impoluta.
El brillo de la vajilla se refleja en los apliques y el mobiliario, creando un ambiente que invita a inspirarse para el próximo festín culinario. Porque aquí la cocina no está confinada a un espacio relegado, sino que ocupa un lugar protagónico…
Es el punto de partida de mañanas de desayuno en la terraza, de tardes de vino y quesos, de noches de sobremesa con café —una cocina que tus invitados no podrán evitar elogiar.
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Pero es en la habitación principal donde el apartamento alcanza su más alta expresión, combinando la elegancia de una suite presidencial con la intimidad de un refugio de playa para regalarte la promesa del reposo perfecto.
Con sólo bajar las persianas, este espacio diáfano se transforma en un santuario de paz, donde la penumbra es apenas interrumpida por tenues haces de luz filtrada. Un ambiente que evoca la mítica Gruta Azul de Capri, pero con una diferencia clave: esta maravilla es tu exclusivo dominio privado.
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La habitación secundaria, en su serena sencillez, brinda a los tuyos el gran placer de un sueño profundo y reparador…
Porque en estas estancias reina una tranquilidad casi palpable. La brisa marina se cuela por las ventanas y arrulla a los durmientes, recordándoles entre sueños la cercanía de la arena y el mar.
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No eran emperadores, pero sabían reconocer el valor de una base sólida.
Hoy, este refugio a orillas del Caribe espera por alguien que sepa apreciar el privilegio de tener el mar al alcance de la mano, alguien que entienda que la verdadera majestuosidad no siempre requiere alzarse hacia las alturas.
A veces está al ras de la arena, aguardando a su próximo dueño.