Casa del Mar, 47.

“Separarse de la especie por algo superior”, evocaba Gustavo Cerati. Como aquel que siente el llamado de retirarse a los suburbios de la ciudad.

A tan solo 20 minutos de Cartagena, se encuentra un pequeño vecindario privado. Un condominio de casas de playa que captura la atención de todos los transeúntes, maravillados por la armonía del paisaje:

Casas alineadas una al lado de la otra, pintadas en un blanco impecable; techos tradicionales de terracota; jardines con césped verde y arbustos cuidadosamente dispuestos.

A través de un pequeño sendero entre este verdor, se abre paso la casa 47. Una residencia vacacional a orillas del mar.

Su entrada, flanqueada por dos columnas, evoca la majestuosidad de las casas tradicionales americanas, transportando brevemente al visitante al otro lado del hemisferio en pleno verano.

Al entrar, te sumerges en un único espacio luminoso que abarca la cocina, el comedor y la sala.

Es indudable que no todos tienen claras sus preferencias, pero son tus éxitos modificando tus anteriores hogares los que te han convertido en la autoridad de tus gustos. Con tu ojo crítico, recorres cada rincón de la planta baja y reconoces los lugares que rediseñarías a tu gusto.

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Con soltura, te desplazas hacia el exterior, y como un pez que encuentra su océano, tu asombro desemboca en la piscina privada.

Diferentes generaciones convergen en este espacio; nietos jugando en el verde césped; los hombres atentos junto a la barbacoa; la piscina que se torna cálida bajo los rayos del sol… y tú observas con genuina admiración la simplicidad de esta escena.

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Las áreas verdes no se limitan al jardín frontal; altas palmeras se alzan cerca de la piscina, en medio de un extenso césped privado.

Poco a poco, mientras el sol se fusiona con el horizonte, las palmeras, la playa al fondo y el ocaso evocan la serenidad de una tarde en Ocean Drive, Miami Beach.

Esta vista también se disfruta desde el dormitorio principal, que cuenta con una puerta corrediza que da acceso directo a la terraza cubierta y la piscina. Y no es exclusiva de este espacio, sino que se extiende a las habitaciones del segundo piso.

La arquitectura del segundo nivel se distingue por sus techos altos, con vigas de madera que añaden un toque rústico y playero, manteniendo viva la sensación de hogar familiar. Ambas habitaciones tienen balcones que se asoman a la piscina.

Por supuesto, el acceso a la playa es notable: en un entorno semi-privado, el camino desde la terraza hasta el mar está despejado de vendedores ambulantes y turistas.

Es cuestión de sentir la humedad del césped recién regado, y unos pasos más allá, el prado se funde con la cálida arena del mar.

Sin pretensiones, con la sencillez que la caracteriza, esta casa persigue un propósito claro: sumergir a su familia propietaria en un remanso de paz.

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