Aura del Mar, 11.
En plena bahía de Manga, un armonioso apartamento aguarda a una nueva famiglia.
Como en una película de Ettore Scola, la vida fluye entre estas paredes: nacimientos, despedidas, reencuentros, risas y lágrimas. La casa, testigo silencioso, permanece en la memoria de todos aquellos que alguna vez buscaron refugio en ella.
Desde la distancia ya se advierte el porte y elegancia del edificio, pero es solo al traspasar el portón cuando se revela la verdadera magia del lugar.
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Nos acoge un recibidor, y como fondo la skyline de Bocagrande en su plenitud.
La ubicación precisa del edificio aprovecha del sol y la luna extraordinariamente. Por eso, como quien nace en la corona, con sus títulos por derecho real, la familia de este hogar hereda los cargos de barones del alba y del ocaso.
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La vista, desde aquí, es un cuadro en movimiento. Los yates meciéndose en la marina, el perfil inconfundible de Bocagrande al fondo, el cielo cambiante reflejado en las aguas de la bahía.
Presenciar el amanecer o el ocaso desde este mirador es una experiencia que marca un antes y un después. Aquí, cada día trae consigo un nuevo espectáculo de luz y color, un regalo para los sentidos que infunde la rutina diaria de una belleza singular.
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Un piso exquisito de mármol, fruto del buen gusto de los actuales propietarios, fluye a lo largo del apartamento, unificando los espacios con su elegancia atemporal. Junto a la propiedad, los nuevos dueños heredarán ese recordatorio constante de elegancia bajo los pies.
El mármol traza un camino que conduce naturalmente hacia el refugio íntimo de la habitación principal. Aquí, una pared-ventana enmarca la silueta de los veleros anclados en la marina, una vista que se ofrece generosamente a los ojos al despertar.
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La privacidad encuentra su máxima expresión en el juego de dormitorios y baños del apartamento.
Cada recámara cuenta con su propio baño, un pequeño lujo cotidiano que eleva la comodidad. Y si bien es la habitación principal la que goza del honor de acceso a la terraza, todas se benefician de la cálida caricia del sol que entra por sus ventanas.
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De regreso en la sala, uno podría perderse por horas contemplando el ir y venir de los barcos, imaginando las historias que traen consigo de tierras lejanas.
En sus momentos de quietud parece casi una foto, cuando en realidad es nada menos que la fascinante cotidianidad que respiran los señores de la residencia —todos los días.